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dimecres, 27 de febrer del 2013

El preu de la perfecció

per Judith Baixauli Pérez

Nuestra sociedad cada vez es más competitiva. Esto lo vemos con facilidad en el ámbito escolar pues aquel que siempre saca sobresalientes será el primero de la clase y seguramente también el delegado. El que siempre sepa la respuestas a las preguntas del profesor será envidiado por el resto por su inteligencia y quien siempre presente los deberes con buena letra, sin cometer errores y en un formato limpio y ordenado será alabado por los profesores. Así pues, ¿qué padre no quiere que su hijo sea perfecto?
Sin embargo, hemos de preguntarnos hasta qué punto exigir la perfección es algo positivo y realista.
Kottman (2000) y Blatt (1995) afirmaron que el perfeccionismo puede vincularse tanto a la disfunción psicológica como al funcionamiento adaptativo y normal, ya que la fijación de metas elevadas, el tesón para alcanzarlas, el interés productivo, el deseo de crecimiento y superación y la necesidad de orden y organización promueven la expansión de conocimientos y esfuerzo. Por esto mismo, los perfeccionistas “sanos” serán aquellos que intenten explotar todo su potencial, pero en el caso de fracasar en sus objetivos utilizarán su derrota como motivación para continuar además, reconocerán sus limitaciones. Sin embargo, los perfeccionistas “insanos” (o neuróticos) mostrarán ante los fracasos reacciones exageradas, intensa tristeza, frustración, culpa, vergüenza y enojo. Como cabe esperar, es este último tipo de perfeccionismo el que puede llegar a incrementar la vulnerabilidad psicológica infantil entendiéndola como una insuficiencia o escasez de recursos que posee el menor para enfrentar satisfactoriamente las demandas del medio que han sido valoradas como importantes o necesarias de cumplir para su bienestar personal. Todo esto provoca que los niños vean reducidos sus recursos protectores y aumentados los factores de riesgo, desarrollen estrategias inefectivas para el manejo del estrés y finalmente, que muestren una marcada tendencia hacia la enfermedad y la disfunción (Lazarus y Folkman, 1986). Esta última actúa como un factor de riesgo para la salud física, mental y emocional y se puede manifestar de diversas maneras, como por ejemplo: trastornos de alimentación, ideación suicida, depresión, ansiedad, fobia social, estrés, paranoia, psicoticismo, desórdenes psicosomáticos y trastorno obsesivo compulsivo (Hewitt y Flett, 1991).
El perfeccionismo también puede estar relacionado con el Trastorno de Ansiedad Generalizada el cual se caracteriza por el hecho de que los individuos se preocupan en exceso por ejemplo, por su rendimiento académico y son descritos como niños inseguros de sí mismos e inclinados a repetir sus trabajos al no sentirse a gusto fácilmente con los resultados obtenidos. Este trastorno también se relaciona con la presencia de cefalea y dolor abdominal recurrente sin el hallazgo de una causa orgánica que explique el cuadro.

Una vez explicado todo esto parece obvio suponer que un diagnóstico precoz nos va a ayudar muchísimo sin embargo, hoy en día además de la necesidad de usar cuestionarios de personalidad para obtener información acerca del funcionamiento del niño como por ejemplo el cuestionario argentino de personalidad infantil basado en el modelo de los Big Five (Lemos, 2004) hay que usar escalas específicas como la diseñada en EEUU por Rice y Preusser (2002) destinada a niños de entre nueve y once años de edad que evalúa el perfeccionismo sano y el neurótico o la creada en Argentina (Oros, 2003) para diagnosticar el perfeccionismo insano en niños de entre ocho y doce años.

En conclusión, la perfección es buena si en este caso al menor disfruta del recorrido hasta conseguir la meta deseada y sobre todo, si compite consigo mismo para superarse día a día. Hay que darle la oportunidad de jugar y sobre todo de ser lo que es, un niño. Sin olvidar que tanto la familia como la escuela debe ayudarle a confiar tanto en sí mismo como en los demás, enseñarle a delegar en los demás, evitar los estilos de pensamiento rígido y favorecer un locus de control interno frente al éxito y no frente al fracaso.

Links de interés:
Referencia:
Oros, L. (2005). Implicaciones para el perfeccionismo infantil sobre el bienestar psicológico: Orientaciones para el diagnóstico y la práctica clínica. Anales de Psicología 2 (21), 294-303.

3 comentaris:

  1. Ana Iris López Lázaro9 de març del 2013, a les 11:49

    En nuestra sociedad como la compañera afirma, la competitividad abunda en todos los ámbitos y entre todas las edades. Desde los juegos cuando éramos pequeños o en la búsqueda de un trabajo, se lucha a quien es el mejor y quien va ganar. Esta competitividad y búsqueda de la perfección puede provocar a veces una disfunción y una enfermedad ya desde muy pequeños y se derivará a otros trastornos, pues la preocupación y ansiedad de hacerlo todo bien e intentar destacar frente al resto provoca agobio, frustración o culpa. Me ha gustado la diferenciación que ha realizado sobre perfeccionismo “sano” y el “insano” o bien neurótico. Pues en función de cómo la persona lo internalice se convertirá en un futuro problema o bien cualidad y aptitud muy buena para conseguir sus metas, de crecimiento personal y de motivación. Está claro que si conocemos personas perfeccionistas en sus tareas y vida personal, tan solo debemos convivir con ese valor que para ellas es importante. Pero ¿ Qué pasa si encontramos niños con estos problemas de intento de perfección? Debemos detectarlo y poner en marcha estrategias tanto desde el colegio como desde casa para intervenir con ese perfeccionismo insano.
    Haciendo referencia a un tema paralelo, yo soy monitora de tiempo libre y mi filosofía se basa principalmente en no exigir una perfección, ni existen ganadores o perdedores en los juegos que se proponen y no hay nada que esté mal. Pues tras la experiencia, crece la competitividad entre ellos, a veces aparece frustración de los que nunca ganan o no consiguen hacer bien por ejemplo una manualidad. Para mí en este ámbito lo fundamental es pasárselo bien y disfrutar, y sobre todo no destacar individualmente a aquellos que saben hacer las cosas mejores. Además se premia a todos por igual, de manera individual por aquello que saben hacer bien, esto es, destacando las potencialidades de cada uno y sus virtudes y no solo la de unos cuantos. O de manera colectiva si la actividad ha sido en grupo.
    De esta forma considero que no se fomenta la competitividad ni un intento de perfección insana, pues ayudo a hacerles ver que no hay nada mal, aunque todo en esta vida se puede mejorar, que lo importante no es ganar si no disfrutar y aprender junto a los demás.

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  2. La primera pregunta que se me pasa por la cabeza al leer el primer párrafo de la publicación (“El preu de la perfecció”), me surge precisamente de la pregunta “¿qué padre no quiere que su hijo sea perfecto?”, pues bien, yo me pregunto ¿perfecto, en cuanto a qué?
    Desde mi punto de vista, el perfeccionismo escolar que se fomenta en las aulas, en las familias y en la sociedad en general, es el “perfeccionismo curricular”, por dotarle de un nombre. El perfeccionismo curricular es aquel en el cual sólo interesa la calificación final de un examen, ser el primero en responder a las preguntas que plantea el profesor, el que gana todos los concursos literarios que se realizan en el colegio, el que no se equivoca nunca cuando hace las actividades que se mandan como deberes para casa,... es decir, es aquel niño/a que es sobresaliente académicamente.

    Puede parecer muy bueno que un niño sea perfecto a nivel curricular, pero ¿realmente es perfecto? Deberíamos de plantearnos seriamente esta pregunta. El currículo académico no debe de abarcar sólo conocimientos de geografía, matemáticas, historia,.. sino que debe proporcionar una educación holística e inclusiva. Es mucho más importante educar a los alumnos en competencias emocionales que en conocimientos sobre las materias regladas. Las competencias emocionales están a la base de cualquier otro tipo de conocimiento, ya que de ellas se derivará la forma de hacer frente a los problemas, la motivación y entusiasmo por explorar y por adquirir conocimientos de diferente índole, el crecimiento y superación personal,… En múltiples ocasiones se nos olvida educar a los niños en cómo fortalecer su autoestima, sus habilidades sociales, en estrategias para la solución de problemas,… y nos centramos únicamente en aquellos aspectos más cuantitativos de la educación escolar. Por tanto, si fomentamos el perfeccionismo en las aulas posiblemente estemos convirtiendo al alumno en un “perfeccionista curricular” dentro del aula, pero nos estemos olvidando de convertirlo en un ciudadano que tiene que hacer frente a múltiples situaciones en su día a día que no se solventan simplemente con poseer una gran cantidad de conocimientos en matemáticas o por ser el mejor que toque la flauta, por poner algún ejemplo.

    En cuanto a la distinción que se hace sobre perfeccionistas “sanos” e “insanos” estoy de acuerdo. No obstante, a pesar de que el “perfeccionismo sano” sería la mejor opción, en la definición que se realiza puede ser incompleta, ya que parece reflejar que el potencial se centra sólo en ser el mejor realizando una actividad de tipo instrumental o a nivel de conocimientos teóricos, pero deja de lado otras habilidades como las sociales y emocionales. Por otra parte, estoy muy de acuerdo con la definición de los “perfeccionistas insanos” y de los múltiples problemas y patologías que pueden desarrollar. Por ello es de vital importancia una educación que no sólo fije sus objetivos en las competencias curriculares cuantitativas, sino también en competencias de tipo emocional y social. Ha de quedar claro que el perfeccionismo es un problema de la sociedad en su conjunto y no sólo de las aulas, teniendo un gran peso el seno familiar.

    Gloria Mateo Castillo

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  3. Cuando hablamos de la perfección, no podemos olvidarnos de que ésta no es un constructo objetivo sino puramente subjetivo. Por tanto, lo que tiene el perfeccionismo en los hijos como consecuencia es vivir a través de los hijos, depositar todas sus expectativas en ellos y esperar a que las cumplan porque, de no hacerlo; se les harán comentarios hirientes e incluso castigos que pueden minar la autoestima de los niños.

    Además, no podemos olvidar de que tenemos dos padres y que por tanto sus expectativas pueden diferir: ¿y si para uno de ellos la perfección consiste en que el niño se convierta en médico, y el otro quiere que se dedique al negocio familiar sin rechistar? Este ejemplo sólo habla del ámbito laboral, pero en éste y en muchos otros pueden encontrarse contradicciones e incompatibilidades entre lo que supone la perfección según uno de los progenitores.

    Si además contamos con las presiones del perfeccionismo de una sociedad individualista y competitiva, acabamos con un niño estresado, de baja autoestima y con las demás características ya citadas en esta entrada.

    Creo entonces que sería interesante comunicar a los padres de la importancia de ayudar a desarrollar hijos perfeccionistas sanos y evitar los insanos, así como pautas que ayuden a un desarrollo óptimo de éstos y en consecuencia de toda la dinámica familiar.

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