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dimarts, 6 de setembre del 2016

Psicosomática y desarrollo óptimo


La medicina psicosomática nace como reacción a la medicina de la era anatomo-clínica del siglo XIX y a sus consecuencias: la fragmentación de la medicina en múltiples especialidades y técnicas. Sus bases son los descubrimientos de la fisiología y de la neurología. C. Bernard (1850) y L. Pavlov (1876) evidenciaron las conexiones entre lo psíquico y lo orgánico a través del sistema nervioso, objetivando el rol de las emociones sobre las secreciones glandulares, el metabolismo, el equilibrio vegetativo visceral y la regulación del sistema inmunológico. El Dr. S. Freud (1900) neurólogo vienés estudió los fenómenos inconscientes y desarrolló una nueva ciencia a la que denominó  Psicoanálisis. En 1930 nace la Escuela Psicosomática de Chicago y en 1950 la Escuela Psicosomática de París. El psicoanálisis y la psicosomática describen al hombre como psicosomático por definición, concepción monista frente al dualismo cartesiano mente-cuerpo, aún muy frecuente en nuestra cultura occidental.

Cuando nace un ser humano, los órganos corporales están formados  por completo y en correcto funcionamiento,  siendo su principal tarea ir creciendo con el tiempo. Sin embargo el aparato mental aparece rudimentario, la red neuronal es precaria y deberá ir desarrollando sus interconexiones a medida que el bebé vaya interaccionando con el mundo externo, lo cual permitirá poco a poco a su cerebro ir asumiendo sus funciones. El bebé humano al nacer tan inmaduro y tan incapaz de adaptarse y sobrevivir va a precisar del “aparato mental de su madre” (biológica o de aquella persona que se ocupe de su crianza) para interpretar y satisfacer sus demandas emocionales y sus necesidades corporales. Para un desarrollo óptimo, el ser humano en sus primeras etapas necesita contar con uno (varios) adulto(s) disponible(s) mentalmente y con ganas de ocuparse de él. El bebé tiene al nacer un funcionamiento corporal anárquico sin regulación cerebral; la atención y cuidados del adulto disponible van a permitir que poco a poco su aparato mental vaya pudiendo asumir la tarea de organizar las funciones corporales y que los ritmos propios se vayan instaurando. Esta función materna es imprescindible y debe ser apoyada por la función paterna que suministrará a la pareja bebé-madre una seguridad y entorno adecuados para que puedan realizar su tarea. Posteriormente, la madre deberá salir de la fusión-confusión de los primeros meses, y una vez puesta en marcha la personalidad del niño/a, irse retirando progresivamente, para seguir favoreciendo el crecimiento mental propio de su hijo/a. Es muy importante que la madre pueda detectar cuando su hijo va adquiriendo nuevas competencias psíquicas y pueda ir dejándole espacio para ponerlas en práctica. El desarrollo óptimo se verá igualmente alterado, tanto por una función materna ausente o insuficiente, como por una excesivamente presente y protectora.  

Vemos pues como la unidad mente-cuerpo en el niño no es propia sino que necesita de un funcionamiento familiar y social suficientemente estable para poder crecer. Tal como le pasa al adolescente que necesita al grupo de amigos… Poco a poco las funciones parentales se irán interiorizando y tras la adolescencia cristalizará, no sin la realización de un trabajo psicológico importante, la unión del funcionamiento mental y corporal del sujeto.  El cual estará en continua interrelación y se verá influenciado por las personas y los sucesos del medio externo circundante. La medicina psicosomática acepta e incluye los factores psíquicos y conflictuales en el determinismo y en el desarrollo de las enfermedades físicas. La vida comporta un intercambio permanente entre el medio externo y el individuo. Cada persona adulta constituye una unidad y posee un funcionamiento físico y un funcionamiento psíquico que actúan, cuando estamos sanos, de forma coordinada para adaptarse al medio. La salud consiste en un equilibrio dinámico e inestable de diversos factores: genético, físico (accidentes, gérmenes...), relacional (nacimiento de un hijo, divorcio…), circunstancias laborales (cambio de trabajo…) y tensiones internas (falta de autoestima…). Una enfermedad aparece cuando este equilibrio se rompe. Situaciones de desequilibrio cronificadas es frecuente que desencadenen enfermedades al debilitar las defensas naturales.

La medicina psicosomática ha observado que cuando una enfermedad crónica (asma, alergia…) o una patología funcional duradera (insomnio, anorexia, cólico del lactante…) aparece en la infancia; aparte de su origen genético, generalmente tienen como causa la inadecuación de la relación del niño con los  adultos que están a su cuidado; y/o una alteración de la integración del desarrollo mental y adaptativo del niño a su ambiente. Para un desarrollo óptimo, es necesario intentar investigar qué factores están interfiriendo en la salud del pequeño, pues aunque los problemas se resuelvan con el tiempo o con un medicamento (antihistamínico, hipnótico…), las causas que están en su base suelen persistir y seguir enturbiando, no sólo la salud sino también el óptimo desarrollo, el carácter del niño o su relación con las personas que le rodean. La idea es que una alteración física persistente en el tiempo, en el niño, pueda ser utilizada para conocer mejor al niño y a sus padres y por tanto sirva para desarrollar su crecimiento mental. En la medicina occidental clásica el síntoma siempre es vivido como un fenómeno indeseable a erradicar cuanto antes; para la medicina psicosomática, el síntoma es la prueba de que hay algún factor que no está permitiendo un crecimiento saludable y hay que encontrarlo para eliminarlo o modificarlo. La salud se verá recuperada y a su vez el desarrollo mental o relacional se verá reforzado.
 
 A veces las causas son fáciles de detectar y unos padres sensibles y mentalmente dispuestos van a poder descubrirlas y realizar los cambios oportunos; otras muchas veces la asistencia de un médico (pediatra, médico de familia, psicólogo) que conozca bien al niño y a sus padres, podrá encontrar el motivo que ha desencadenado los trastornos. Sin embargo a veces, cuando estos recursos no sean suficientes, será necesario recurrir a una psicoterapia psicosomática capaz de realizar una investigación especializada y profunda que descubra las razones inconscientes que están perturbando el adecuado crecimiento de ese ser humano. Es cierto que este enfoque requiere de más trabajo psicológico y de más tiempo personal, familiar y profesional, pero así se consigue no sólo tratar el síntoma físico sino además favorecer la mentalización y la unión familiar, lo cual permitirá un óptimo desarrollo del psiquismo a partir de las experiencias físicas-corporales y de los intercambios relacionales.

El psiquismo se desarrolla a lo largo de la vida del sujeto, desde su nacimiento hasta su muerte, y la base genética, se complementa con las experiencias corporales y ambientales. Podemos usarlas para permitir el crecimiento mental, o ante las irregularidades y dificultades de  cualquier desarrollo normal, podemos reaccionar taponando la comunicación con remedios parche (pastillas, comportamientos, negación, tolerancia excesiva al sufrimiento).  Creo que es necesario aceptar que toda integración (mente-cuerpo-relaciones interpersonales-ambiente externo) y crecimiento pasa por momentos críticos, pero podemos salir de ellos reforzando nuestra colaboración con otros seres humanos y creciendo como personas. Simplemente hay que cambiar de óptica y pensar en la enfermedad (nuestra o de nuestros hijos), también como una oportunidad de conocernos mejor y de cambiar ciertos comportamientos, costumbres, forma de ser… por otros más adaptativos y evolucionados. La salud es un derecho y debemos luchar por recuperarla o minimizar su impacto a pesar de los períodos complicados en toda vida humana.

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